Como ciegos se abordan,
se desbordan,
se besan desenfrenadamente
como si de las deshoras del tiempo
no hubiera más que el rubí de sus ojos
o lo opaco de su pelo.
Entre desasosiegos y melancolías,
entre la estela blanquecina del mar a horas del día,
entre manos desatadas y furias enardecidas
crepitan las hojas del ocaso de la desidia,
mi amor hecho trizas.
La tristeza resquebraja el alma
como la iniciativa aviva el fuego,
lo deja seco de tugurios
y abre agujeros en el suelo,
tal como abre las heridas
a la hora del entierro.
Los amantes se aman y desarman,
se animalizan y humanizan,
se hacen eco y se hacen dicha,
como las olas se hacen bruma
al momento de la cresta siendo orilla.
G.-
jueves, 24 de diciembre de 2015
sábado, 5 de diciembre de 2015
Caos
Las remeras y pantalones en los cajones del modular, las camisas en las perchas del ropero, las partituras sobre el atril del piano o en cuadernos apilados sobre un escritorio, las sillas pegadas a la mesa, las sábanas tirantes en la cama, las ventanas dotadas de una transparencia nítida, la comida en la heladera, el mate sobre la mesa y los libros puestos uno junto al otro, formando una línea recta.
Habitualmente, se dice que la coherencia en una persona se ve cuando a lo largo de un tiempo prudencial sus ideas y acciones se condicen mutuamente, tienen asidero en la realidad y le permiten llevar a cabo aquello que proyecta. La cohesión (es decir, la coherencia interna) de una persona vendría dada entonces por equilibrar su ser, parecer y estar. Es decir, coherente consigo mismo sería aquel que puede ordenar los distintos niveles de su personalidad, de tal manera que uno no se sobreponga al otro y pueda de esta manera desenvolverse con soltura y con un "programa" propuesto.
Todo parece estar en su justo sitio, en el momento indicado. Ya no hay lugar para dudas, no hay momentos de titubeo, no hay necesidad del cuestionamiento y menos aún de la pregunta real, concreta, asequible. ¿Cómo hacemos entonces para seguir cuestionándonos, aún cuando cuestionarnos significa deconstruirnos, desarmarnos, desproveernos de defensas y abrirnos al mundo en un gesto de amor sin igual en el que vale todo, pero más aún vale la vida del otro?
Valor. El valor de la vida como encomienda, como convicción, como lucha por el Otro, como lucha por uno mismo, como visión solidaria de la realidad en la que cada cual es lo que es sin dejar de ser lo que es para otro. Delante se nos aparecen los fantasmas del pasado, del presente y del futuro. Nos avisan que la hora fue ahora, que el momento es hoy y que la lucha será siempre. Sea que te veas reflejado en la cara de los sin rostro, en la dignidad de los nadies o en la voluntad sempiterna de los que con el sudor diario se visten desgarrados y se desgarran las vestiduras para verte la cara, nuevamente, para tomarte de la mano, para reflejarse en vos como nos reflejamos en nosotros.
Entre los momentos de martirio y de redención existe un abismo cuasi infranqueable, lleno de espinas y rosas marchitas, lleno de marcas y recuerdos que sesgan la mirada, que conmueven el corazón, que aceleran el ritmo cardíaco y sacuden el presente.
Memoria. Recuerdo siempre aquel instante en el que delante de una noche clara, todo se oscureció y sucumbió ante los encantos del desencanto. ¿Cómo es que el día se vuelve noche cuando una boca dispara una sonrisa y otra la recibe con beneplácito y osadía? ¿Cómo se derrumba nuestro mundo cuando con las ideas bien puestas y las mangas remangadas hacemos agua sin que llueva?
Quien vea orden e inalterabilidad del ánimo, no ve más que máscaras irredentas provistas por una razón que necesita socavar(se) para renacer, todos los días, del lado que se pone el sol.
G.-
Habitualmente, se dice que la coherencia en una persona se ve cuando a lo largo de un tiempo prudencial sus ideas y acciones se condicen mutuamente, tienen asidero en la realidad y le permiten llevar a cabo aquello que proyecta. La cohesión (es decir, la coherencia interna) de una persona vendría dada entonces por equilibrar su ser, parecer y estar. Es decir, coherente consigo mismo sería aquel que puede ordenar los distintos niveles de su personalidad, de tal manera que uno no se sobreponga al otro y pueda de esta manera desenvolverse con soltura y con un "programa" propuesto.
Todo parece estar en su justo sitio, en el momento indicado. Ya no hay lugar para dudas, no hay momentos de titubeo, no hay necesidad del cuestionamiento y menos aún de la pregunta real, concreta, asequible. ¿Cómo hacemos entonces para seguir cuestionándonos, aún cuando cuestionarnos significa deconstruirnos, desarmarnos, desproveernos de defensas y abrirnos al mundo en un gesto de amor sin igual en el que vale todo, pero más aún vale la vida del otro?
Valor. El valor de la vida como encomienda, como convicción, como lucha por el Otro, como lucha por uno mismo, como visión solidaria de la realidad en la que cada cual es lo que es sin dejar de ser lo que es para otro. Delante se nos aparecen los fantasmas del pasado, del presente y del futuro. Nos avisan que la hora fue ahora, que el momento es hoy y que la lucha será siempre. Sea que te veas reflejado en la cara de los sin rostro, en la dignidad de los nadies o en la voluntad sempiterna de los que con el sudor diario se visten desgarrados y se desgarran las vestiduras para verte la cara, nuevamente, para tomarte de la mano, para reflejarse en vos como nos reflejamos en nosotros.
Imagen: Un perro andaluz (Dalí - Buñuel).
Entre los momentos de martirio y de redención existe un abismo cuasi infranqueable, lleno de espinas y rosas marchitas, lleno de marcas y recuerdos que sesgan la mirada, que conmueven el corazón, que aceleran el ritmo cardíaco y sacuden el presente.
Memoria. Recuerdo siempre aquel instante en el que delante de una noche clara, todo se oscureció y sucumbió ante los encantos del desencanto. ¿Cómo es que el día se vuelve noche cuando una boca dispara una sonrisa y otra la recibe con beneplácito y osadía? ¿Cómo se derrumba nuestro mundo cuando con las ideas bien puestas y las mangas remangadas hacemos agua sin que llueva?
Quien vea orden e inalterabilidad del ánimo, no ve más que máscaras irredentas provistas por una razón que necesita socavar(se) para renacer, todos los días, del lado que se pone el sol.
G.-
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