domingo, 29 de diciembre de 2019

Reencuentros

Hace algún tiempo atrás solía escribir con mayor asiduidad. La continuidad entre palabra y palabra se me tornaba menos ociosa que ahora y un vendaval de oraciones sin freno se me atiborraba en la cabeza, listas para salir y plasmarse en un escrito. Sin embargo, ahora se me juntan muchas ideas al mismo tiempo, se apelotonan como queriendo salir y terminan por consumirse unas a otras. De esa síntesis medio rara, medio a los empujones, aparecen algunas cosas con claridad:

- Si algo sale mal, vale la pena repetirlo.

- Si algo sale bien, la alegría nos permitirá reintentarlo.

- Si algo se estanca, vale recordar que todo alrededor sigue fluyendo.

Porque, en definitiva, toda esa batahola de pensamientos que se dibujan como esquemas poco audaces en la cabeza, terminan siendo el caldo de cultivo para ideas más fructíferas. Ideas que se convierten en práctica. Porque no alcanza con la práctica del Pensar cuando uno es puro Hacer. Y si, como decimos hasta el hartazgo, uno es lo que hace, entonces podremos hacer cosas cada vez más detalladas, más pulidas, más hermosas y más placenteras. Pero no en el sentido del placer por el placer mismo, como el de esa idea maldita que anda dando vueltas y que nos dice que debemos disfrutar de y por todo. Y si quiero estar mal, ¿qué pasa? Y si necesito un momento de malestar, ¿qué pasa? Y si necesitamos hundirnos para renacer, ¿qué pasa? Creo que lo que pasa es el miedo. Y está bien que así sea. Porque, en definitiva, se trata de eso: de que el miedo pase y se vaya por el lugar contrario desde el que vino. Debe tener continuidad, como la línea del símbolo del infinito que no reconoce ni principio ni final, pero se sabe eterna en su perseverante andar, que no se limita a ser la Totalidad, sino más bien intenta dejar de ser lo que era, para comenzar a ser lo que quiera.


Imagen: Brassai

Así, en cada reencuentro con el escribir, aparece algo nuevo; asoman desde el alba nuevos horizontes que posibilitan que las ideas se reciclen o, mejor aún, se resignifiquen y logren forjar en mí y en vos (que ahora leés estas palabras) alguna conmoción, que nos muevan para algún lado, que nos permitan tejer los hilos de nuestro destino no escrito, para lograr que la inconmensurabilidad del hastío se convierta en un vago recuerdo de lo que nunca debió haber sido.

Luego de eso, nos reencontramos, una y otra vez, en el mismo lugar, de distintas maneras, siendo siempre lo mismo, pero no lo igual. Porque cambiamos. Ahora somos mejores. Ahora nos miramos a los ojos durante dos o tres segundos más y eso es la totalidad. Porque el Todo es la mirada, que interpela, que busca, que no encuentra, que sigue buscando, que incomoda y que se acomoda lejos cuando no sabe cómo dejar de mirar.


G.-