miércoles, 9 de febrero de 2011

15/01/93

Y si acaso merezco la inmortalidad, ¿cómo he de propinármela?

Lo más terrible es que no podré hacer uso, abuso y goce de esa inmortalidad, porque no sería para nada mía, sino que le pertenecería al resto, a ese conjunto heterogéneo de seres amados y odiados que llamo resto. Tan solo me bastaría con asediar mi cuerpo con el más putrefacto veneno o con un poco de agua del arroyo Morón.

El problema no es la dificultad. La cuestión no es el tiempo, ni la distancia. El tema es el efecto que todo eso produzca sobre el resto.


G.-


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