jueves, 20 de enero de 2011

Anhedonia total


Tengo miedo a cerrar los ojos. Las imágenes se pasan dando volteretas enteras por mi cabeza y vienen una, vienen dos, vienen tres, cuatro, cien veces y retumban y me tumban y me levanto y me vuelven a azotar como si fuera un esclavo del espíritu.

Y no puedo escapar. Estoy ahí, ahora. Tirado y pisoteado por un tropel de desesperanza, pesadumbre, tristeza y enojo. Como botas militares, los enigmas del Yo se me presentan claros y me invitan a deshacerme en esa danza nefasta, para la cual han preparado un banquete y que llaman, como todos sabemos, Anhedonia...

Es algo así como un tablero de ajedrez en el que las piezas están inmóviles, pero no deja de haber acción. Todo pasa alrededor, pero no pasa nada. "No pasa nada, nadie pasa, solo una banda militar"; ni siquiera el Maestro me salva del destierro de mi alma. Un puñal atraviesa mis omóplatos de lado a lado, pero antes se cobija en mi pecho y es apretado fuertemente, con brutalidad, diría yo. Y lo retuercen y lo sacan seco, como si por allí no corriera sangre. ¿Dónde estás, querida sangre? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Intenté darle un respiro por la madrugada, pero no hubo caso, pareciera que se coaguló o se atrincheró en mis brazos y ahí quedo, tiesa, como pintura de pared, como cuadro de adorno, como metáfora efímera.

Ese inapreciable lugar. ¿Cómo calificarlo? Solo se puede decir (al menos así lo detallan los expertos) que no hay nada allí. Es solo vacío. Es un espacio que se abrió en medio de la lona, en medio de la membrana del techo (que es nuestro cerebro), se abrió y dejó entrar viejos rencores y varios, para nada placenteros, recuerdos. Eso es. La incapacidad de sentir placer. ¿Cura? Sí, existe. ¿Cuál es? No lo sé, la estoy buscando...

Hace frío en Anhedonia. Y lo peor de todo, es que no lo siento.


G.-

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