jueves, 11 de octubre de 2018

Una tarde en Podestá con JB Walker

Av. Márquez y Av. Juan Domingo Perón. Pablo Podestá. Lunes. 17.13 hs.

La humedad comenzaba a subir y mientras hacía tiempo para entrar a dar una clase, pasé por una bar a tomar un café.

El frío se había ido de súbito ese día, cuando todavía faltaban dos semanas enteras para la llegada de la primavera. Como siempre, en estos lados del globo, nos adelantamos un poco a todo.

Al ingresar al café lo vi parado junto al mostrador, apoyado con su brazo derecho sobre la barra, hablando con Raquel, la señora que atendía el bolichito.

Tímido e impertérrito a la vez, me acerqué hasta el mostrador y con tono monocorde le pedí "un café, por favor". Antes de que pudiera avisarle que era para llevar, ella ya había tomado una taza y comenzó con el ritual inasible de preparar un café, cuyo procedimiento consta de posicionarse delante de una máquina de color plateado que expide vapores y ruidos similares al de los escapes de los colectivos de los '90.

De refilón, veo que JB me mirá. Tenía unos ojos graciosos, ecuánimes, como si esa tarde fuera la continuación ininterrumpida de una larga noche. Más adelante comprobaría que estaba en lo cierto.

- Buenas tardes, dijo JB.
- Hola, ¿qué tal?, respondí.
- Y...como se puede, son tiempos difíciles, ¿vió?
- Si, la verdad que sí.
- Che, Raquel, este tiene pinta de melómano, como yo.
- Sí, de hecho, soy músico (¡¿para qué abrí la boca?!)
- ¿En serio? Muy bueno. Yo soy del palo del jazz, ¿y vos?
- Soy más del rock, del progresivo, aunque el jazz también me toca de cerca.

Al parecer, no se esperaba que fuera tan categórico. Y sí. Nos separaban 20 años de experiencia absoluta y sus canas entreveradas con el pelo grisáceo que caía a los lados de su rostro trabajado por el paso del tiempo y el ácido contrastaban con mi mirada un poco perdida a esas horas de la tarde en una situación que se ponía cada vez más bizarra y entretenida. Su cara no dejaba de esgrimir una sonrisa tenue acompañada de unos ojos achinados y un tanto atravesados por el sueño.

Raquel me sirvió el café que había pedido y me dispuse a sentarme en una de las pocas mesas que había en el lugar. JB seguía cada uno de mis movimientos. Una vez que me senté y vertí la primer cucharada de azúcar sobre el café negro, me preguntó: "¿Puedo?", señalando la silla que estaba justo frente a mí, "¿puedo, please, sentarme?". Sí. Lo dijo mitad en inglés, mitad en español, true story.

Comenzamos una charla ferverosa, sentía que me ponía a prueba todo el tiempo, con nombres cada vez más complejos, músicos que cada vez conocía menos y una creciente afición por pronunciar los nombres en inglés de tal forma que su comprensión fuera azarosa. Comenzó preguntándome por Mike Oldfield. "sí", le digo, "el de Tubular bells". El tipo no la podía creer. Un pendejo de 25 años que le dijera que lo conocía. Desde ahí arrancó y no paró más: Jethro Tull, la Electric Light Orchestra, el flaco, Charly, Genesis, Pink Floyd, Deep Purple, Miles Davis, Thelonious Monk, volvimos por Manal, La pesada de Billy Bond, Crucis, nos volvimos pa'l norte con Chick Corea, Herbie Hancock, los clásicos como Debussy, Stravinsky, Beethoven y hasta un poco de Bach.

Debo admitir que el tipo tenía cierta facilidad para hilvanar todos los temas de tal forma que pareciera una buena historia bien contada. Del rock al jazz, de la política a la filosofía (donde también osaba pronunciar algunos nombres por la mitad), a la literatura (se hacía llamar "el proletario que lee Cortázar").

"¿Y Zappa, que te parece?", preguntó de sopetón, como quien no quiere la cosa o no se espera el pelotazo en la cara. "Y...digamos que aún no lo digiero", respondí. Ahí noté su primera  expresión de disconformidad. "Escuchalo, escuchalo de verdad y después me decís". Todavía no le hice caso.
"Y Malosetti...y Salinas...no, ninguno me gusta, no me parece que toquen". Daba respuestas donde no había preguntas (porque jamás me cuestionaría si esos tipos tocan o no, pero bueno, digamos que por amor al arte de relato que se estaba gestando lo dejé seguir con sus aseveraciones cada vez más osadas).

A todo esto, me pregunta donde vivo. "En Palomar". "Ah", dice, "en donde están los chetos pobres". Le aclaré que debería estar pensando en Ciudad Jardín, le aclaré que yo era del otro lado de la vía pa' poderla pasar (guiño, guiño), del Palomar - Palomar. Mis aclaraciones no importaban, el seguía fiel a su relato. Yo seguía siendo un cheto pobre. "Ah y tocás el piano, ¡qué obra difícil de tocar debe ser Desarma y sangra! ¿dónde estaba, en Bicicleta?". "Sí", dije, "en Bicicleta". "Ah, me estabas poniendo a prueba, wacho, ¿no?".

Te aseguro que no, y a vos tampoco. La semana que viene sigue la segunda parte.


G.-

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