sábado, 6 de noviembre de 2010

Sarzar

Y ellos eran un eximio refugio de amor...



Solo sesgado por un eterno ardor, esa indeterminación del primer momento
ese desasosiego, ese desconcierto... hecho libertad.



Y en medio de esos atavíos de indómita prohibición, de esa pura ceguera (¿acaso para qué fue necesario ocultar tanto sentimiento, si el juego de azar ya había comenzado, la baraja se había consagrado al más firme de los etarios, al más pulcro apasionado salto cuántico e inmediato, al infinito deseo arbitrario exhibido en la vitrina del desenfreno y el exterminio decidido decisivo del letargo, de ese vil maniqueísmo, de esa mentira encastrada en nueve meses de lucha?), nos dimos al libre cuento, al libre tarareo, al pérfido deseo fruto, deseo mujer, deseo hombre, deseo animal, deseo al fin, deseo nuestro...pérfido, nuestro, pérfido, perfecto, per te, per me, por siempre... esa perfidia capital que significa amar, amarte, aún en los tiempos del cólera, aún en tiempos turbulentos, aún en tiempos lentos y vidas rápidas, aún en la inexistencia e intangibilidad del tiempo, aún en un glíglico extraño, aún en un barrio desandado, aún, aún...



Eran pura verdad: ese era el problema.

Era necesidad mutua: la promovida prohibición.

Era eterno resplandor, eterna reconciliación, eterno dolor, eterno amor: cuestiones no menos accesorias que las demás.

Y los doctores los declararon locos;
los artistas, morbosos;
los colegas, quejumbrosos;
los analistas...no tienen nada que hacer...

Mas eran doctrina efímera, en esa permanente práctica que tanto amaban, que tanto trabajaban, que tanto vida daban le ella a le a... L'enfer, moin aime...


G.-

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