Anoche soñé con vos,
con que éramos uno los dos,
donde podíamos ver que la diáspora infernal del invierno
se convertía en escarcha sólida ante nuestros ojos.
Recuerdo cuando nos cruzamos por primera vez
y eras aún nadie para mí
y yo ni siquiera alguien para vos
y de repente la ventisca nos trajo momentos,
algunos fugaces, otros eternos.
Vos me llenabas de preguntas
y yo de certidumbres,
como esas de las que la filosofía se nutre,
que son alterables, múltiples, disímiles, confusas.
Quisiera conocerte de verdad
sin pensar que todo terminaría en el momento exacto
en el que contamos las horas para vernos,
los días para dejarnos
o los recuerdos para olvidarnos.
G.-
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