domingo, 12 de agosto de 2012
Una historia de placer – Parte I
Es una historia sobre el cuerpo y la posesión. No una posesión de tipo religiosa, sino una posesión más bien de tipo, ¿cómo decirlo?... física.
Es la idea propia de hacer propia la carnalidad del otro, de esa persona que tengo delante de mí o junto a mí.
Es la capacidad asombrosa de domesticar nuestros instintos y hacer que exploten dentro de nosotros, como si fueran dos bombas de estruendo que no aguantan la adrenalina de una mirada fugaz.
Son los labios tersos de una mujer bella, arropada en su cama, llamando al encuentro a quien a su lado la observa.
Es el movimiento - delicado - el sus manos y sus ojos y de todo lo que en ella es bello, es decir, es el movimiento completo de su cuerpo y su mirada, frente a frente.
¿Querés que siga?...
Pero a la vez, son las manos de un hombre, contemplativo y contenedor - posesivo por demás - , las que hacen de esa carnalidad arrojada a su existencia sobre una cama desprovista de cuidados, una excursión asombrosa hacia lo más hondo del ser.
Son la encarnación de la idealidad, de la idea de que es posible el placer.
Y no es un placer pasivo. No es aquel placer chato que uno toma del exterior con la simple observación. Este es el placer empírico, para el cual no hay palabras que puedan describir cosa semejante alguna.
Y es el desliz de esas manos sobre el cuerpo indefenso de esa mujer, lo que hace que el deseo sea deseo, que la encarnación de placer haga desastres con la contemplación, que la rompa por completo y que permita a ambos acercarse mutuamente.
G.-
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