“Si estas cosas existen, si es que están/ golpeándote y
pegando a tu sordera,/ ¿quizás te calles o te vayas o/ te dediques al sueño, a
la morfina,/ quizás te vayas, sí, o tomes vino/ sobre el estaño, cálido de
codos,/ posiblemente existas de ese modo,/ pálido, flaco, tropezándote/ a cada
rato con tu pantalón/ y tu camisa, rota de ilusiones,/ y tu ilusión, rota de
camisas?”, Sin título, Juan Gelman,
en “Violín y otras cuestiones”.
La pasividad nos aterra. El morbo de la austeridad se vuelve
trunco en medio de la batahola cosmopolita que llamamos realidad. Los sueños se vuelven fríos recuerdos del presente duro,
pesado, estresante, de concreto gris.
Y sin embargo, una de las primeras impresiones es que no
podemos actuar de a poco. Todo se abalanza sobre nosotros, como una marea de
lodo, viajando cuesta abajo por la montaña, arrasando con todo a su paso. Y lo
único que queda es un sueño, una ilusión, una inquietud, un laúd.
Es siempre el mismo acto. Siempre el mismo corte. Punto y
aparte. Aparte los puntos, Capitán, que a mi guitarra se le han quebrado las
teclas. Y uno nunca sabe ni cuándo comienza, ni cuándo termina; desespero en la
escucha infinita del recuerdo del olvido. Cabizbajos y andrajosos, correteamos
por ahí, como si fuera un dulce retorno a la infancia, sin traumas ni
remordimientos, sin brújulas ni direcciones, sin ejemplos ni necesidades, sin
amores y sin odios, dotados de esa ternura universal que puede quebrar huesos y
gárgolas.
La celeridad se nos aparenta cada vez más lenta, y sin
embargo el retraso del atardecer solo avecina el día que ya pasó y no nos dimos
cuenta.
Y es siempre la misma idea. El mismo concepto. El constant
concept. Pero no es. Es y no es, como el canto del gorrión y el aullido del
lobo, como los puños en alto y las cabezas en los libros, como sobredosis y
falta de insumos. Es la misma cosa, sí, eso es, cosa. Es un objeto capaz de ser
aprehendido, como el moho de las frutas trasnochadas por los insectos.
Esa cosa es una vida. Digo bien, una vida; no es la vida. En apariencia sólo confundo los
términos, y en términos simples confundo las cosas, como la vida. ¡Ahí está! La
vida se confunde conmigo. No, tampoco.
En fin, la muchacha volvió a su casa y encontró a esas cosas
que no existen: estaban esos héroes masculinos que no existen, esos de porcelana
que pretenden adiestrar a quienes no son ni serán su objeto sexual y que se
caen a la primera de recuerdos de infancias truncas, con regalos equívocos y
cariños desatentos. Esa muchacha encontró su
cosa. Y la cosa se consumió a la muchacha; ahora ella era la cosa.
G.-
Panta Rhei, ok, identifico el cambio de narrador, y sin embargo...
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