“Si componemos versos / tensos y desolados / el dolor es de nuevo / una suerte de escolta”. Mario Benedetti, Tristeza, Defensa Propia.
Qué difícil es decir lo que uno piensa, sin dejar de ser uno mismo, sin dejar que los testigos del acto nos acusen de ataques de confusión. Qué difícil es tejer las palabras correctas, para saber que al final, el destinatario se opone a ellas.
Se escriben sentencias sin juicio previo y el juez del caso no es más que nuestra propia consciencia. Sea por la divina gracia del malestar en la cultura, o no, la razón por la cual aprendemos a despotricar basura encapsulada contra el mundo, no es más que la misma por la cual hablamos contra el espejo, mientras nos reflejamos en él y vemos a simple vista qué es todo eso que en nuestra imagen déspota vemos, todo lo que en ella odiamos.
La noche está teñida de azul oscuro. Las nubes aparecen y desaparecen en medio de ese mar inmaculado, efímero, universal y mi alma sale disparada hacia la nada, como si todo lo que supe construir se supiera transformable y saliera rodando por la borda de este naufragio.
No hay arrepentimientos. No hay resentimientos. No hay rencores. Por momentos, parece solo desidia. Pero, mirando más hondamente, entendemos que es tristeza. Ni siquiera del tipo palpable. No, no, no. Es esa cosa que no podemos ni tocar ni clasificar, pero que la sentís en medio del pecho, justo a la derecha del bombeador sanguíneo, justo debajo de la garganta, justo en el centro de nuestra estabilidad.
El reloj parpadea, segundo a segundo, y la sabia de mi árbol se diseca bajo el sol. Las nubes grises cuentan las agujas quebradas por el llanto de todas las mañanas antes de la salida del sol. Los libros se agolpan en la repisa y llaman a gritos para que sus páginas sean abiertas nuevamente y para que sus letras disparen destellos de duda hacia el horizonte.
La tristeza sólo golpea cuando más se la extraña, cuando más se la ha dejado de lado. En estos momentos, sus caricias son frías y hasta rasposas. Pero es innegable que aún sigue aquí y es la compañía más flagrante que ha sabido concebir mi vida.
Como si saliera desde un hondo pozo a ver la luz de la luna por las noches frescas del verano de la Cruz del Sur, vuelvo a sumergirme en él, altercado refugio de melancolías y lástimas secretas.
G.-