jueves, 30 de octubre de 2014

Inconmensurabilidad

Caminando hacia su esperanza pudo divisar sobre el terraplén de la vía del tren su último desasosiego. Su última inquietud alada.

Con paso seguro e inquebrantable, avanzó firme hacia su decisión. El trajinar de las hojas hacía pensar que la primavera había llegado demasiado pronto y que se entremezcló – por si acaso – con los últimos estertores del invierno en vela. La calle era un minúsculo mundo de ensueño. Los cafés eran páginas borrosas de un andar arduo. El cielo estaba despejado, totalmente cubierto de estrellas y había un ronroneo que iba y venía de un lado al otro. La humedad pesaba como pesan los inabarcables astros de euforia que sus ojos construyen sobre su sien. Avanzaba un paso, luego otro, y otro, y así…

Esa noche, la plaza estaba habitada por pequeños grupos de personas. Los bancos secos de recuerdos, estaban completamente escritos y daban la impresión de que su color tenía más que ver con la inocencia que con el dolor.

Su paso por la concurrida noche le hacía recordar la imagen de un lobo suelto en la estepa. Está sólo, rodeado por la nada. Sin embargo, el lobo de la estepa busca, quiere encontrar, ya que no es su menester el quedar en soledad a la espera de la caída de los frutos de los árboles o de las lluvias de febrero.

Las mesas, los árboles, las sillas, las calles, los lienzos de seda alicaídos que se derraman por una ventana con olor a incienso. La gente, la piel, el roce, un mantra, la soledad, la noche, la luz, el café...

La esperanza que se torna deseo cumplido no apaga la llamarada de la vida sumergiéndola en un colchón algodonado, sino que aviva la intensidad de la experiencia misma como de la suavidad de la inconmensurabilidad queda el recuerdo vivo de la esperanza realizada.

Lo único que concluye aquí son las palabras, mas no la voluntad de perseverar y hacer de la esperanza un momento de la eternidad. 



G.-

sábado, 11 de octubre de 2014

Párvulo del silencio

Somos el silencio
que recorre tu hiel,
siendo la paz
que amordaza tus manos.

Hey, amigo,
¿dónde vas?
si es que aún hay más,
ya no queda nada (/nada).

Somos el destello
del presente,
la sequedad
del futuro.

Somos la cópula
henchida de desazón,
el desasosiego
vuelto pavor.

Somos el silencio
de todos los otoños
de indiferencia
y parco color.

Una plegaria al anochecer,
uñas rotas en el andén,
el olvido del ser,
ahí van los muertos otra vez...

Soy un párvulo del silencio,
porque mi voz decide no callar
y por los laberintos del fauno
andar, sin rumbo.



Imagen: Disco The garden - Unitopia (2010).


G.-