domingo, 19 de febrero de 2012

Integridad vacía



Me carcome por dentro la realidad, tan pálida - como siempre - , de no estar juntos, de no sentir tu tibio rostro en mi espalda o el pulso de tus manos en mis manos. Me acosa el recuerdo de mi muerte en tus recuerdos, me acosa el deseo de significar algo en el vacío de mi ausencia en medio de tu vasta consciencia.
Me cubre de frío, el viento polar de las miradas rapaces y fugaces. Veo en nuestros encuentros esa furtiva desviación de los instintos, tal como si los dos pretendiéramos ocultarnos el uno del otro, protegernos de la inevitable posibilidad de caer juntos en el lecho erótico.
Siento el último beso frío que jamás existió por primera vez, cada vez que el agua helada de la ducha matinal invade mi cuerpo y lo hace estallar en memorándums innecesarios. Ese palpitar que despierta la melancolía teñida de azul, en las tardes soleadas de veranos teatrales, no ha sucumbido, aún, a mis plegarias de muchacho pagano.
Esa injusticia cotidiana de querer evitar verte para no mirarme en el reflejo de tus ojos otoñales, y no aceptar a duras penas, que todo no está perdido, que aún hay un esbozo posible. Esa injusticia cotidiana de sonreírle a la vida, cuando ésta te propina los más duros golpes. Admiro tu altanería de porcelana; tan bella y frágil es.
La confusión está llena de esperanza, de esa esperanza que cuesta perder y parece cada vez más fuerte e infranqueable. Me aferro a la vida y mi pasión, para salir ileso de protección, para salir teñido de posible dolor, pero más aún, para hacer frente a nuestro encuentro indiscutido, a la hora en la que el telón de la noche cae sobre el crepúsculo y los cantos de ave dejan de oírse.

G.-

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